Sueños y pesadillas en clave ética

Réplica21

Héctor Antón Castillo

SITAC“Artista: medidor de la vida y la muerte”
Chris Burden

 

 

 

 

El Simposio Internacional de Arte Contemporáneo (SITAC) es el evento anual que se realiza en la ciudad de México con ánimo de conciliar la producción del arte y la teoría del arte contemporáneo. Bajo la premisa de no acatar pautas o variantes comerciales, su peculiaridad salvadora consiste en permanecer al margen de ese mercadeo articulado por la red de galerías, ferias, subastas y esos coleccionistas privados dedicados a instaurar un canon de valor siguiendo los caprichos del snobismo, la ignorancia y la arbitrariedad. Ello reafirma una lógica implacable: “Con mi fortuna hago lo que estime pertinente”. Como enfatizaría el director del Museo de Arte Moderno de la ciudad de México Osvaldo Sánchez: “Debemos agradecerle a los gestores del SITAC el hecho de poner su dinero al servicio de una empresa filantrópica, desarrollada al margen de las ficciones hegemónicas que prevalecen en el mainstream de las artes visuales en los tiempos que corren”.
Surgido en el 2002, por esta “pasarela tolerable” han desfilado artistas emblemáticos como Marina Abramovic, Hans Haacke y Allan McCollum, y también ha notado la presencia de creadores tan reconocidos como sus maestros. Tales son los casos de Thomas Hirschhorn, Shirin Neshat o Leandro Erlich. De cierta forma, el discurso ético de muchos de estos productores visuales encarna una especie de resistencia que, definitivamente, resume la actitud de una institución que pretende desafiar al propio sistema institucional del arte.

La sexta edición del SITAC se ocupó del tema “Lo que nos queda”, un tópico donde se mezclan el indicio y la certeza, enigma y lugares comunes, lo posible y lo imposible. La reconocida curadora alemana Uta Meta Bauer buscó engranar una cadena de reflexiones que incluyeran el urbanismo, la sociología, el diseño y hasta las modas populares mexicanas. Sin embargo, la densidad teórica predominó sobre la muestra visual en un encuentro donde resulta inevitable alcanzar cierto equilibrio entre la palabra y la imagen, pero esta vez el discurso crítico desde el arte no se hizo sentir.    

La oferta visual se inició con una pieza temprana de  la vasta producción cinematográfica de Isaac Julien (Londres, 1960) donde ya se vislumbran las obsesiones poéticas que acompañan al artista hijo de inmigrantes caribeños: el movimiento y el desplazamiento de individuos, la plenitud del desarraigo, el lirismo y el caos. Siempre en la búsqueda de lo que el propio Julien gusta denominar como “un escarceo con lo sublime”.

Territories (1984) nos habla del folclor, la diáspora negra en Gran Bretaña, los disturbios de Notting Hill Gate ocurridos en 1976 y el homoerotismo. Pero se trata de una obra menor, que deja al espectador con las ganas de profundizar en la obra más reciente del autor. En la misma, apenas sobresale la imagen de una pareja de hombres negros besándose en una secuencia circular, donde parecen escoltados por agentes policiales, creando un fotomontaje regido por un inexplicable distanciamiento entre el deseo y la represión.

Contrario a la brevedad de Julien (quien no estuvo presente en el SITAC), el artista y cineasta independiente Amar Kanwar (Nueva Delhi, 1964) presentó un extenso, agónico y denso testimonio fílmico de la protesta callada o con toques musicales de las castas desplazadas en diferentes regiones de la india. Una noche de profesía (2002) es una desprejuiciada afirmación identitaria, un arte desde la  ética sin peripecias formales que el espectador gozoso del efecto de choque espectacular rechaza.

En otra secuencia documental, Kanwar invita a personas humildes a sonreir ante una absurda ceremonia: el dictador de Birmania (cuyo nombre sería preferible olvidar) arroja flores a la tumba de Gandhi, cumpliendo así un ritual diplomático de rigor en la India. Mediante una terapia anti-demagógica, el artista propone un modo de reírse de los increíbles simulacros que contempla la política.

La muestra visual terminó con la artista del performance y el video Joan Jonas (Nueva York, 1936). Proveniente de la eclosión experimental de los sesenta en el empleo de los nuevos medios, Jonas nunca ha sido una emergencia glamorosa. Paradójicamente, su manejo de la autoreferencialidad y el uso de las máscaras han sido explotados con notable éxito mediático por Cindy Sherman y las Guerrillas Girls. Jonas habló de su fascinación por los espejos y de esa lealtad a quimeras experimentales que no consideran el show  como estrategia para una recepción cada vez mayor del producto artístico.
 
El SITAC 2008 tuvo como sede el Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Este conmemora la masacre del 68 ocurrida el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. De ahí derivan las interrogantes sostenidas por la comisaria del evento: ¿Qué nos queda? del movimiento estudiantil del 68 y su impacto sobre la sociedad. ¿Qué nos queda? del concepto gramsciano del intelectual orgánico.

Semejantes utopías se antojan imposibles en el mundo actual. Vivimos en plena distopía ética. Incluso, la rebeldía o desacato brilló por su ausencia en los “ambientes de discusión” que se debieron crear luego de las conferencias. No se produjo ni siquiera un esbozo de careo entre ponentes y espectadores duchos en el tema analizado. Tan solo en la conferencia del académico de la Universidad de Pittsburgh John Beverley, el crítico y curador Cuauhtémoc Medina refutó las afirmaciones de Beverly en el sentido del efecto que tiene el caudillismo político sobre la esperanza de conciliar arte de vanguardia e izquierda política, comentario que cerró la intervención de Beverley. Sin embargo, el provocador texto del latinoamericanista (El giro neoconservador en la crítica Latinoamericana) finalizó pronto por escasez de tiempo.

En un simposio como el SITAC, las conferencias deben ser un trampolín al debate del tema abordado, pues lo que suele quedar en la memoria de los asistentes son los diversos puntos de vista acerca de los conflictos irresolubles del presente. La debilidad medular percibida en las disertaciones ofrecidas resultó un protagonismo de la diplomacia académica por encima de la agresividad intelectual del polemista consciente de habitar una tierra plagada de omisiones, cautelas y osadías estratégicas. Todo “fluyó por un manso declive” –como diría Borges (insatisfecho) en el papel de ciego vidente, observándolo todo desde la iluminación que otorga la eternidad.

Tanta ilustración teórica o de repaso histórico parece contrastar en un mundo artístico pragmático y nada romántico. En realidad, muy poco nos queda del “intelectual orgánico” soñado por Gramsci y potenciado en gran medida por humanistas como Walter Benjamin. Más bien se podría hablar de la instauración definitiva del modelo de “intelectual camaleónico”, capaz de articular un andamiaje semiteórico según sople el viento de las instituciones de poder que sustentan el circuito élite del arte contemporáneo.

En una de las conferencias más interesantes, los artistas lituanos Gediminas & Nomedas Urbonas expusieron su proyecto Pro-test Lab. Este consistió en generar un movimiento de protesta contra el derribo del último cine existente en el centro de la ciudad de Vilnius. El trabajo revela la progresiva abolición del espacio público, la imposición de una ideología neoliberal y la demolición del patrimonio cultural. El dueto intenta “sacar las reuniones de la cocina” durante la época totalitaria a la calle dominada por el silencio de nuevos terrores y ansiedades contenidas.

Ese miedo a la libertad forjado por acumulación histórica es lo que estos accionistas aspiran a fulminar con sus intervenciones públicas. En una de estas piezas, convocan a que la gente salga a la calle con sus perros para hacerlos ladrar, suerte de catarsis ante la imposibilidad de abordar el espacio público. El sueño de una sociedad poscomunista lista para alzar la voz, se ha transformado en una pesadilla dictada por las nociones de “evolución social”, enarboladas por las ambiciones personales de los magnates capitalistas de la “nueva Lituania”.

La propuesta de Gedimidas y Nomeda Urbonas cuestiona el drama de nuestra época: el interés público no es otra cosa que una conjunción de intereses privados. Para quienes soñaban con un futuro mejor para sus hijos-víctimas del sovietismo, el presente neoliberal deviene tan agobiante como el antiguo “socialismo con rostro humano”. De lo cual deducimos: ciertos virajes políticos radicales pueden incentivar enfermedades incurables.

¿Qué nos queda? del SITAC como proyecto de emancipación o resistencia a la subordinación del arte al mercado que ya es un hecho consumado. Nos queda la huella de los grandes que han desfilado por sus predios, dejando ver la esencia de esa apariencia mítica que se consume desde lejos. Sus memorias recogidas en gruesos volúmenes editados por el SITAC demuestran que ningún esfuerzo de esta naturaleza será ignorado a la hora del justo recuento histórico.

Si esta VI edición quedó por debajo de las expectativas es algo que nunca sería comparable al gesto de mantener una alternativa hecha de saludables intenciones. Cuarenta años después de la matanza de Tlatelolco, continúa latente en el imaginario actual un dilema que trasciende el tiempo y el espacio: el espejo donde se refleja la impotencia del hombre ante las fuerzas que lo rebasan se mantiene intacto.

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Fecha de publicación: 27.02.2008