Gabriela Galindo
La guerra es resueltamente una cosa hermosa y, El ritmo de la violencia Estamos en la era de las revisiones. Volvemos la mirada hacia el interminable periodo de la violencia en Latinoamérica que nos remite hacia las dictaduras militares de los 70, que continuaron a lo largo de los años 80, con la guerra de guerrillas, la insurgencia popular en Centroamérica; y hoy seguimos viendo con la guerra sucia contra las poblaciones indígenas y las células revolucionarias urbanas, los partidos clandestinos, la represión de las protestas populares de trabajadores y estudiantes asfixiadas por el ejército y la policía, y la autoridad sin límite, impune, de los caciques en México. Al monopolio de la violencia estatal se une ahora la violencia del narco, de los secuestros, los feminicidios, la agresión contra los niños, los indígenas y los migrantes. Setenta veces siete (1995). Al recorrer la exposición de Enrique Jeik, artista argentino asentado en México desde hace más de 20 años, atestiguamos los episodios de esa historia de violencia que marca el tiempo y la historia de la humanidad, sin distingos de país, nacionalidades o fronteras. El suyo es un trabajo de carácter etnológico, como cuando reconstruye aparatos de tortura a los que dota de un cariz cotidiano, como la mesa de comedor con cuatro sillas eléctricas de manufactura casera, listas para ser conectadas a la corriente, con el sugerente título: Para una despedida (1996); parecería una réplica desde la estética que cruza la historia del arte que ha tratado la violencia sin ambages (de Goya a Picasso), como la que observamos también en la pieza Setenta veces siete (1995) [1] formada por reproducciones de brazos y manos que se alzan y se ahogan en tumbas clandestinas y fosas con líquidos mortíferos. El título nos sugiere una reflexión de hasta dónde el perdón es una acción de loables sentimientos y hasta dónde es utilizado como recurso para justificar tremendos crímenes, que el poder pretende dejar descaradamente impunes. Como el caso de la llamada Ley de Punto Final propuesta por diputados de Argentina en 1986 que anuló las acciones penales contra los responsables de las desapariciones, tortura y muerte de cientos de personas durante la dictadura militar; ley que, por sorprendente que parezca, estuvo vigente hasta el año 2003 en que finalmente, por la presión civil y de grupos como las Madres de la Plaza de Mayo, fue anulada. Desde sus primeras exposiciones, la obra de Ježik mostraba un enfoque hacia la violencia que, más que centrarse en las víctimas y los verdugos, la atención está dirigida hacia los instrumentos de poder que acentúan los excesos de la violenta realidad y la capacidad innata del ser humano para usar su fuerza destructiva sobre otros seres, generalmente, los más débiles. Para una despedida (1996).La violencia como lenguaje, como huella y rastro, es el tema que ocupa esta exposición retrospectiva que presenta el MUAC, Obstruir, destruir, ocultar; organizada en seis secciones que nos remiten a la forma en que opera la violencia: obstrucción, destrucción, ocultamiento, el cuerpo del enemigo, el teatro de operaciones y constructivismo sacrifici.
Entre las huellas del genocidio, de la supresión de modos de vida de pueblos enteros, se encuentran las primeras instalaciones de Ježik, en las que hace una combinación de estructuras escultóricas de rasgos geométricos realizadas con barro o madera quemada, que apuntan a la destrucción de formas de vida, poblaciones enteras y comunidades minoritarias. En los años 90, el trabajo de Enrique se extendió hacia un territorio donde la geografía de la violencia en el mundo, se basa en escenarios de guerra traspuestos en mapas delimitados por actividades de rastreo y persecución. El artista simboliza, con el uso de lámparas y láminas de madera burdamente recortada, la fuerza y la crudeza de los violentos actos genocidas de exterminación masiva. Las máquinas son la representación del poder que actuarán en aras de una falsa idea de justicia, para controlar y destruir todo aquello que ponga en peligro su autoridad. Ježik hace patente lo que Foucault atinadamente señala: “El mismo exceso de las violencias infligidas es uno de los elementos de su gloria: el hecho de que el culpable gima y grite bajo los golpes, no es un accidente vergonzoso, es el ceremonial mismo de la justicia manifestándose en su fuerza.”[2] Pero el poder, no sólo se ejerce con el uso de la fuerza bruta, sino también a través del control simbólico e imaginario que implica una delimitación de zonas y áreas controladas. Así lo vemos en la pieza titulada Divide y vencerás, que está conformada por 570 placas de grabado, cubiertas de barniz negro donde resalta la silueta de la frontera de cada uno de los municipios del estado de Oaxaca. Las divisiones políticas y las líneas fronterizas se convierten en el argumento principal para la reflexión sobre los sistemas de control y violencia, por el hecho de que establecen divisiones arbitrarias entre comunidades lingüísticas, religiosas o políticas o, por el contrario, porque no reconocen las zonas que tradicionalmente marcan las áreas culturales y económicas que integran una comarca o región. Divide y vencerás (2007).
La tecnología y las herramientas de la violencia Hemos visto como en el curso de la historia, el hombre ha utilizado las armas y herramientas, cambiando su función de acuerdo a las necesidades del momento social y político; ya sea como un útil para el trabajo o como un instrumento de defensa o agresión. Domingo Ocaranza Bouet, Silueta La sección de la exposición titulada Teatro de Operaciones, muestra una etapa de la carrera del artista en la que utiliza herramientas de construcción, maquinaria de uso pesado y tecnologías de armas de fuego o de vigilancia, para especular sobre el carácter violento de las sociedades contemporáneas. Es en este periodo en el que Ježik participa en diferentes exposiciones en lugares como Québec, la República Checa y Rusia, donde las luchas separatistas de comunidades lingüísticas, culturales o étnicas, generaron una gran violencia desde las instituciones hacia las comunidades, así como el constante monitoreo de los individuos. Como en el caso de las acciones político-artísticas conocidas como el Siluetazo que se llevaron a cabo en espacios públicos de Buenos Aires en los años 80, en las que se usaron las siluetas para representar a los desaparecidos durante la dictadura militar en Argentina (1976-1983) [3], Ježik emprende una etapa en su carrera en la que echa mano de las siluetas para señalar el anonimato de las víctimas de la violencia, aplicada de manera genérica contra la población civil, desde vehículos aerotransportados o instrumentos no tripulados que lanzan sus descargas mortíferas contra objetivos supuestamente militares o mafiosos, pero que acaban con vidas civiles, a los que cobardemente se les califica como simples daños colaterales. En el trabajo Referéndum (2002), realizado en la Galería de Québec L'oeil de Poisson Ježik usó una sierra motoeléctrica para recortar el mapa de la provincia de Québec en una pared de tablaroca, separándola del resto de Canadá, como había propuesto un grupo separatista de la población francófona militante de esa región, históricamente particular de Norteamérica. Más adelante, a través de registros en video, podemos atestiguar las acciones de Ježik en Praga, donde el artista usó la estrategia del desmontaje de ventanas y puertas de MeetFactory, localizado en un antiguo edificio que albergó un centro cultural durante la dictadura del régimen pro-soviético checoslovaco. La intención de What comes from outside is reinforced from within (Lo que viene de afuera es reforzado desde adentro, 2008) fue desmontar la historia, abrir las puertas a un futuro que sólo puede iniciarse con la ventilación de la historia de la violencia; indispensable para replantear la reconstrucción de una sociedad abierta y madura. La sección Ocultamiento presenta instalaciones que están dedicadas a las tecnologías de control y vigilancia por medio de cámaras de video que irrumpen en los espacios urbanos y civiles bajo el pretexto de extender sistemas de seguridad. La intrusión en la privacidad, el monitoreo constante y el aumento de la autoridad del estado en detrimento de las libertades individuales, son temas implicados en la crítica que hace Ježik hacia esas formas de registro. Probablemente, obras en la que el uso de la violencia no es frontal sino más sofisticado y perverso. What comes from outside is reinforced from within (Lo que viene de afuera es reforzado desde adentro, (2008). El lado estético de la violencia La sala principal de la exposición muestra la inminencia con la que se extiende el control, la expansión y la penetración de la violencia en nuestras vidas, pero poco a poco Ježik nos conduce a un territorio mucho más oscuro, nos lleva hacia la confrontación por la fascinación que en ocasiones nos produce nuestra propia violencia. Referéndum (2002). Sin duda, nos da miedo pensar en la tendencia de hacer de la violencia un acto estético. Considerar “bello” un acto violento es moralmente reprobable, pero al mismo tiempo, inevitable, y mucho más en el arte. Recordemos la famosa cláusula del Manifiesto Futurista publicada por Marinetti en 1909 que sostiene: “Queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere y el desprecio de la mujer.”[4] Ježik usa maquinaria de alto poder, como excavadoras o martillos neumáticos, para reflejar la paradoja de la fascinación/repulsión del carácter utilitario/ofensivo de la tecnología. En cierto modo, nos muestra no sólo la vulnerabilidad del ser humano, sino también esos impulsos fanáticos de nuestra condición predadora y autodestructiva, tan difícil de aceptar para la humanidad. De ahí ese sentimiento de atracción a lo que debería parecernos “repulsivo”. El filósofo Noël Carroll certeramente afirma que “el hecho de que las obras que nos producen horror, sean a la vez atractivas y repulsivas, es esencial para entender éstas obras.”[5] En la última sección de la muestra, titulada Constructivismo Sacrificial, se encuentra la instalación La Fiesta de las balas (2011), en la que se observan tres grandes paneles de vidrio de alta seguridad inastillable, dañados por decenas de impactos de balas de alto calibre. La instalación está acompañada por los estruendosos sonidos de las detonaciones, creando la sensación de estar siendo baleado en el acto mismo de observación de la pieza. Ježik ya había realizado varias acciones en las que utilizó armas de alto poder para mostrar su carácter violento y destructivo, como en sus piezas 54 cartuchos calibre 12 (2002), o Práctica (2007), donde disparó 200 cartuchos calibre 12 y 78 balas 9 mm, sobre siluetas de papel similares a las usadas en las prácticas de tiro, pero presentando la figura completa y de tamaño natural del cuerpo humano. La fascinación de Ježik con el poderío de las armas puede en ocasiones cruzar la línea entre la denuncia de la violencia y la estetización de la misma. La Fiesta de las balas (2011). Ježik nos confronta con la incertidumbre que provoca el doble carácter del arte como autónomo y como hecho social, porque desde el momento en que al arte se le arrebató su carácter estrictamente estético, se le dejó en libertad hacia la proliferación de un arte politizado, socializado y antropologizado. No queda entonces más que reconocer como anticipadamente lo previó Adorno que “...las obras de arte salvan, neutralizando, lo que una vez los seres humanos experimentaron literal y completamente en la existencia y lo que el espíritu expulsó de ésta.”[6] Práctica (2007).
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