Mónica Mayer
Sin duda el performance es un género artístico difícil para el público y más en México. De entrada, al desarrollarse en el espacio pero también en el tiempo, requiere un mayor compromiso por parte del espectador. A diferencia de un cuadro o un dibujo que podemos descartar en dos segundos si no nos interesa, los performances pueden durar veinte minutos, pero también veinte horas. Pero además en nuestro país carecemos de una estructura que facilite su apreciación: hay poca información publicada en español y menos aún sobre su desarrollo en México, por lo que el público se acerca cargado de prejuicios que ha ido adquiriendo gracias a la prensa amarillista o los rumores vagos. Además, lo único en lo que los expertos parecen concordar es que el performance sigue siendo un género obstinado en evadir toda definición, pero que frecuentemente se deleita en ser provocador y crítico. Para colmos, por deficiencias de los espacios en los que se presenta o absurdos romanticismos que pretenden enfatizar lo "alternativo" del performance, el valiente interesado casi siempre se ve obligado a sentarse en el suelo para ver la obra o permanecer hora parado tratando de adivinar que sucede entre las nucas de los que de enfrente. Y, sin embargo, del 13 al 23 de octubre se presentó la Octava Muestra Internacional de Performance (Utopía/Distopía) en ExTeresa ante un público atento y estoico. Un público que, como en otras ocasiones, se sabe parte fundamental de la obra.
La historia de los festivales y muestras de performance en México está llena de sabor, pleitos y polémicas. Se iniciaron en el Museo Universitario del Chopo en 1992 y posteriormente ha continuado en lo que hoy conocemos como ExTeresa: Arte Actual, institución que ha pasado por tantos nombres como directores. En cada una de ellas se han recorrido los lugares comunes del performance (sangre, desnudo, una que otra tele, viseras, confesiones dolorosas, acrobacias peligrosas, etc.) con mayor o menor éxito, pero también se han presentado obras de espléndidos artistas internacionales como Bartolomé Ferrnado (España), Ron Athey (EUA) o Franco B (Gran Bretaña) y la de performanceros nacionales de reconocida trayectoria como Guillermo Gómez Peña, Maris Bustamante y César Martínez.
La Octava Muestra, como toda colectiva en cualquier género, tuvo sus altas y sus bajas. Pero he decidido centrarme en tres de los performances que se llevaron a cabo en la inclinada nave central del ex-Templo de Santa Teresa la Antigua, precisamente porque me llamó la atención la relación que establecieron con el público. Y, dentro del marco de una muestra cuyo tema central era la utopía/distopía, me parece interesante analizar esta relación que es precisamente una de las grandes utopías implícitas en el performance: la eliminación de la frontera entre el artista y su público, que no es más que un eco del añorado y hoy un tanto despreciado del encuentro entre la vida y el arte.
AGRESIÓN
El jueves 14 se presentó la obra de Nikolaj Recke de
Dinamarca y casi ni siquiera nos dimos cuenta. Su obra, titulada
PARTY NEXT DOOR (La fiesta de al lado),consistió en organizar
un reventón en una sala adjunta a la nave principal con
música, luces y bebidas. Se suponía que el performance
se daría gracias a la tensión que surgiría
entre los que estábamos afuera y que, de acuerdo a una
preconcepción muy limitada del artista sobre su público,
supuso que empezaríamos a desgarrarnos las vestiduras
al no poder contarnos entre los "elegidos" invitados
a la fiesta. El problema es que ni siquiera nos dimos cuenta
que había reventón, aunque si estábamos
molestos por lo que creíamos nos tenían esperando
la próxima obra gracias a la desorganización en
Ex-Teresa. Cuando por fin nos avisarnos de qué se trataba
el numerito, pocos mostraron interés en dar un portazo
y prefirieron echarse una chela en el patio y dejar que los
de adentro sudaran la gota gorda tratando de hacernos creer
que se la estaban pasando a todo dar. La verdad es que un video
de lo que sucede afuera de tantas discotecas en nuestra ciudad
en las que por desgracia muchos jóvenes se arremolinan
para ver si son suficientemente güeritos para entrar, hubiera
sido más interesante La vida le ganó al arte.
DISTANCIA
Por su parte, Paul Couillard (Canadá) realizó una pieza ritualista sin título de 21 horas de duración en la que el público presenció solo algunos momentos porque dudo que haya habido algún valiente que quisiera compartir este ritual personal, esta manda estética. Paul delimitó un área rectangular con un tendedero. En el suelo había una enorme pila de ropa de todos tipos. También había cerca de 20 kilos de especias de deliciosos olores y colores. Couillard se ponía cada vestimenta, fuera un vestidito de niña, un saco de hombre, un sweater de mujer o unos pantalones de mezclilla, lo embarraba de alguna especia, la cortaba con unas tijeras hasta desgarrarla y la colgaba en el tendedero. Este desfile de pieles, de historias y de formas resultó evocadora y la transformación de un objeto útil a una forma convertida en esencia cromática y en textura fue seductora. Lo único difícil fue verlo destruir toda esta ropa precisamente durante una emergencia nacional en la que tantos de nuestros compatriotas se quedaron sin absolutamente nada que ponerse por las inundaciones. El arte no quiso acercarse a la vida.
COMUNIÓN
La tercer pieza es AMBUSH FROM ALL DIRECTIONS (Emboscada de
todas direcciones) del artista chino Sheng Qi, precursor del
performance en su país, en donde este género joven
es rechazado violentamente. La obra de Sheng Qi, quien fuera
miembro del grupo Concept 21 en Beijing en los ochenta antes
de exiliarse en Europa después de ver morir a sus compañeros
en la Plaza de Tianamen, se apropió del espacio y del
público. Formó un inmenso óvalo de tierra
sobre el piso del cual emergían cabezas que recordaban
a las famosas esculturas en barro de la tumba de Qin Shi, el
primer emperador chino que parecían observarnos, con
un fondo de música China tradicional. En el centro había
un círculo de suave seda roja sobre el que Sheng Qi se
paró, sosteniendo con la mano derecha un cartel que muestra
su mano izquierda cuyo dedo meñique se mutiló
poco antes de su exilio, durante una acción que pretendía
reflejar su dolor por la masacre y por su inminente partida.
En los otros dedos se veían los números 1989.
En la palma de la mano, un listón rojo. En el cartel
se leía el siguiente texto en inglés: ¿Te
atreves a darme la mano? Sheng Qi extendió la mano izquierda
y girando lentamente, esperó a que el público
se le acercara y la obra sucediera. En un principio todos dudamos,
pero una vez que el primer voluntario saltó al ruedo,
el flujo fue constante. Equilibrio entre la vida y el arte.
No me atrevería a juzgar un performance por su relación
con el público, porque no necesariamente es un elemento
importante para todos los que hacemos performance. En esta ocasión
sucedió, para mi deleite, que el artista
que quiso hacer sentir mal al público como estrategia
para hablar de la utopía, tuvo tan poco control sobre
su obra que su pieza fue casi invisible. Pero la obra de Culliard
y la de Sheng Qi, esencialmente ritualistas, polisémicas,
cargadas de referencias históricas y sociales, fueron
una delicia. Como público me siento satisfecha.
Sheng Qi, Re-imaginando el cuerpo.
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