El arte contemporáneo y la noción de la diferencia

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José Manuel Springer

Vito AconciVito Aconci

Dentro del indigesto panorama del arte contemporáneo confluyen dos tendencias generales. La primera tiene que ver con la estética tal y como se practicó durante el periodo moderno, basada en la experiencia de la formalidad como algo que trasciende lo real y lo natural. La segunda está más relacionada con la experiencia del goce , como principio de un arte de la diferencia, un arte con presupuestos y aspiraciones distintas al arte moderno.

Aunque estas tendencias están estrechamente interrelacionadas, y con frecuencia confluyen en un solo autor e incluso en una misma obra, para los fines de este artículo me concretaré a establecer una diferencia tajante, a fin de esclarecer o eliminar la indigestión que provoca la enorme variedad de obras y artistas, que percibimos de manera simultánea y desordenada en exposiciones colectivas, individuales, arte de sitio específico, arte de la red, ferias de arte, bienales, a través de los medios, en prácticas tradicionales y soportes tecnológicos sofisticados.

Mi punto de partida tiene que ver con la estética, en el sentido que imprimió el filosofo Immanuel Kant a dicho término, como un estudio de la forma perfecta, del balance adecuado y, en términos particulares como apreciación de lo artístico a partir de valores trascendentes. Sería un poco injusto decir que la filosofía kantiana ponía mayor énfasis en las habilidades del intelecto para captar lo bello que en las sensaciones corporales o las pulsiones mentales, pero dado que sus juicios y críticas se oponen dialécticamente a conceptos posteriores como la estética pragmática y racional de Hegel y el materialismo histórico, la simplificación me parece válida para el ámbito de este artículo.

Carlos AmoralesCarlos Amorales. "Zapatos Devil". 2003.

Kant ve el mundo desde la armonía, la regularidad y la unidad orgánica. Esos puntos de vista sobre la función de lo bello y su relación con la realidad se transmitieron de generación en generación, de un continente a otro, y se aceptaron, muchas veces en forma ingenua e inconsciente, incluso dogmática, hasta por las vanguardias modernistas del siglo XX, con todo y su actitud iconoclasta y rebelde.

Hoy somos testigos de que el arte contemporáneo de manera disciplinada o intuitiva efectúa una crítica y una ruptura con el modelo kantiano. Lo hace de prácticas intuitivas desde la pintura neoexpresionista o transvanguardista, imitando el modelo de la cultura popular (el arte Pop), o de manera consciente y propositiva al interpretar la obra de arte como un texto (el llamado arte conceptual), pero a fin de cuentas un objeto, que establece su valor por medio de la explicación fenomenológica o la metafísica.

Así que mientras la estética moderna sigue el modelo kantiano y deviene en un arte en el que se prefigura la ausencia de conflicto, en el que el dolor y el conflicto están por lo menos suspendidos en la obra de arte, en la práctica artística contemporánea se subraya con una precisión aguda o con solo un apunte el rechazo al orden, e incluso la repulsa a un sistema bipolar (lo feo Vs lo bello, lo útil Vs lo accesorio) complicando -y regocijándose en ello- la percepción del mundo, rebosando la experiencia estética de tal manera que el universo se nos presenta en partículas libremente asociadas, relativamente significativas e incluso proponiendo la ausencia total de sentido. Ejemplo de esto es la estética de la Internacional Situacionista que propugna el azar y la circunstancia, enemigas/aliadas del dato y el objeto concreto. La experiencia estética deja de ser producto de un orden orgánico para someterse al arbitrio de lo diferente. El arte se convierte en el terreno de exploración de la diferencia, del no yo, del no nosotros, para girar en torno de lo neutro.La paradoja y la parábolaSumido en ese mar de posibilidades la tarea del artista o del teórico se antojan borgianas. No existe un límite o un orden aplicable a menos que el mismo se encuentre incluido ad infinitum en su propia explicación, recluido en sus propias fronteras.

Rebecca HornRebecca Horn. "Imagen de video"

Si la experiencia estética moderna se concibió como un acercamiento a lo sublime (tanto de la tragedia como de la belleza platónica), la experiencia de lo diferente y lo neutro se mueve en el ámbito de lo impuro, es decir del sentir sin explicación u orden, en el que las experiencias (excesivas, ambivalentes, perturbadoras o irreducibles a una explicación) se entretejen de manera psicopatológica y perversa en la mente, sin siquiera alcanzar la conciliación en el diván del terapeuta o el psicoanalista. El sujeto que crea y el que percibe (autor y espectador) ya no son diferentes –como en el caso de la modernidad-, son el mismo, sus lugares no son intercambiables, son uno mismo, uno que como una máquina (mecánica, incansable, autosuficiente) se lanza en una búsqueda infinita de lo diferente.

En el arte contemporáneo se unen la filosofía y el psicoanálisis, la percepción estética va de la mano de la estructura psíquica, impulsada por la autoridad paterna que imponen los las instituciones (la escuela, la familia, el museo, los medios) y entramada en la pulsión del placer y del deseo del yo, ambas enfrentadas en la arena de lo posible y lo indefinido.

Si en el arte moderno el Yo, el creador, es quien habla, opina, dice, ve el mundo: en el arte contemporáneo la voz del yo comienza a desvanecerse cuando no desaparece por completo. El sujeto que percibe es autor, experimenta la obra (y en ocasiones llega a confundirse con ella) y la construcción visual apela a la pura lectura más que a la interpretación. El arte se percibe sí, pero a continuación se lee dentro del texto que forman objetos y reacciones. Es en ese sentido que la labor del curador adquiere su predominio actual, como un armador de textos objetuales que se enciman unos sobre otros.

Una segunda premisa

David BatchelorDavid Batchelor

El gran cambio que podemos percibir en el arte contemporáneo respecto a la tradición artística es el alejamiento de la función de placer que proporciona la obra hacia el goce. Este concepto de Roland Barthes resulta especialmente adecuado para comprender lo que sucede hoy en el arte, pues el goce, a diferencia del placer, es perverso, escatológico y se centra en la experiencia corporal. Cuando hablamos de goce hablamos de la relación del sujeto con el mundo a través de su cuerpo y su estructura psíquica, no de valores entendidos y aprendidos por consenso cultural o por la instrucción académica. El goce se mueve entre el dolor y la satisfacción, la frivolidad y el desagrado. Es una experiencia erótica en el sentido psicoanalítico, como infinita pulsión de vida y sensualidad. Carece de una finalidad manifiesta, es insaciable, y propicia una búsqueda interminable de satisfacción (la consecución de lo diferente que mueve al arte contemporáneo transforma radicalmente la búsqueda de lo nuevo propia del arte moderno, pues revela la finitud de lo nuevo).

El goce reside en el cuerpo, el placer de lo sublime en lo ideal.La finalidad del arte contemporáneo es dejar de hacer Arte, es hacer coincidir el impulso vital con la vida misma. A través del arte el objeto (que es en realidad una partícula del texto) se convierte en una forma de interacción sin lugar y sin transición significante: el arte se convierte en un entramado, como la tela de una araña, donde los objetos se conectan en formas diversas y azarosas a través de los sujetos que proponen y disponen la lectura del entramado. Al no existir un diálogo posible (entre el creador y el receptor abolidos), las experiencias devienen en una conjugación sin sujeto: las cosas se sienten, se piensan, se leen. Desaparece el fetichismo de la obra.

En este contexto las formas y soportes inmateriales de la obra de arte, como el video, la edición de imágenes, la superposición, contribuyen a la desaparición del fetichismo, de la misma manera que el masoquismo trastoca el lugar del placer y el dolor.

Critical Art EnsembleImagen tomada del sitio Critical Art Ensemble

En el caso de las prácticas artísticas el efecto del goce y el intercambio entre creador y receptor, provoca el carácter episódico, fracturado, la ausencia de especialización, en la obra de arte, lo que le da su carácter multimodal y plurisensorial (véanse por ejemplo las combinaciones de arte sonoro con arquitectura, o la idea del arte como una instrucción que debe ser ejecutada porotro).

En los casos más extremos se encuentran prácticas que podrían calificarse de sicóticas que proponen la disolución de la identidad del sujeto en la práctica artística. Entre estas últimas la creación de cyborgs o entes autónomos, la modificación del cuerpo del artista, o el uso de prótesis inteligentes que alteran o depuran las capacidades del cuerpo, llevan a la confusión de la identidad humana con la función y el fin último de la tecnología.

Las trampas de la diferencia

No obstante el arte que busca la disolución del yo y la búsqueda del goce deviene también en prácticas hedonistas y la institucionalización de las mismas. Sin proponer una solución definitiva al problema de la división cuerpo-mente, experiencia y racionalidad, el arte contemporáneo camina a menudo en un terreno escéptico y ascético que nos lleva a un callejón sin salida.

La eliminación de la subjetividad puede resultar efectiva cuando subvierte nociones culturales aprendidas, como la diferenciación de roles de género, pero resulta paralizante cuando lo que genera es la sensación de una carencia (la ausencia del objeto de placer).

Carla RipeyCarla Rippey, "América en extremo: tierra
de fuego, tierra de hielo", 2001-2004.

Es solo a través de la convergencia de la búsqueda de un placer en la obra de arte (sea este entendido como un goce intelectual, emotivo o sensual) y de un principio metafísico que responda al origen y destino del individuo y de la comunidad, que el arte como actividad propia de lo humano puede satisfacer la necesidad de trascender las necesidades vitales en pos de eliminar la separación de los individuos ( producto del egoismo del yo) e instaurar un sentido de rito, donde el individualismo se disuelve en lo común y el fetichismo que provocan los objetos se transforma en sublimación del propio cuerpo en las imágenes que dan forma a su inevitable ausencia y desaparición.

 

 

 

 

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Fecha de publicación: 12.02.2005