Eric Beltrán; la memoria de corto plazo en el imaginario público.
La estética como argumento analítico de lo real.

Eric Beltrán

José Manuel Springer

Eric BeltránLa exposición de Erick Beltrán que se presentó recientemente en el Museo Rufino Tamayo es la más severa re-visión sobre la imagen del sistema que gobierna México.

Hay pocas motivaciones para ver la muestra, pero ya que uno ve la escultura giratoria, la cual no se puede mover porque los guardias del museo están ahí para evitarlo, que encierra en círculos concéntricos los ámbitos de la conciencia y la realidad, desde el yo hasta el mundo global, entonces te agarra la muestra. Empezamos por aquella sentencia de que la realidad no existe, que es un constructo que usa imágenes y crea imaginarios públicos. Eric se agarró del imaginario público del periódico La Jornada para crear lo que sería una estadística de las imágenes que se repiten en la prensa diaria.

Si la prensa es una cortina de humo, dónde quedó la Verdad y no digamos sólo eso, sino dónde esta el deseo. Si todo es dogma que nos viene dado por las élites que manejan la comunicación visual y el poder, ¿qué carajos hacemos los que somos objeto del bombardeo ideológico imaginario? Somos reales o sólo parte del imaginario? Esa es la pregunta que está detrás de Atlas Ediolon, la iniciativa de Erick Beltrán de hacer una enciclopedia del imaginario público en la que haya lugar para la experiencia individual.

Eric BeltránLa primera parte de la exposición es estructural y podría decir didáctica en extremo. Hay que recordar que se trata de la creación del Atlas Eidolon, vocablo griego relacionado con los vocablos castellanos fantasma e imagen.
A partir de la metodología de su análisis, Eric nos lleva por otra sala. La escultura móvil perfectamente estructurada y visible es metáfora de la autoconciencia que nos encamina hacia una presentación visceral de la realidad del mundo.

 La segunda sala podría calificarla de declaración de la estética como hermeneútica, el arte como explicación del mundo, que está vinculada con las tesis de Aby Waburg y su Atlas Mnemosyne, con el que demostró los usos explicativos de la imagen estética.

Como toda buena exposición,está rodeada de una prohibición “real”: queda terminantemente prohibido tomar fotografías dentro de la sala, según los guardias y el letrero pegado en la puerta del recinto. ¿Por qué? ¿Cómo puede pasar esto en el Museo Tamayo? Son dos preguntas cuyas respuestas son opuestas y ambiguas, pero forman parte del por qué de la exposición.  No se pueden tomar fotos porque hay imágenes del sonriente presidente Peña al lado de descabezados y torturados. No se pueden tomar imágenes porque hay un árbol genealógico que describe la corrupción imperante en las cortes judiciales, con nombres y cantidades proporcionados por el IFAI. No se puede tomar fotos a un esquema concéntrico que resume paso a paso la modificación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de manera que los extranjeros pudieran comprar y ser dueños de terrenos en la franja costera y sobre la frontera. Y no se puede tomar fotos porque hay un árbol medieval que sirve para describir desde su fundación con Isidro Fabela al Grupo Atlacomulco, que hoy encabeza el presidente Peña. Gran relato de la corrupción del poder, de monopolios como Televisa y Azteca, de las telecomunicaciones y el Internet.

Aparentemente, la información que está en las paredes de la exposición es explosiva, por eso no se pueden tomar fotos más que de “lejitos”.  Pero qué es este acto de censura? Las fotos se van a tomar como sea con cualquier teléfono que tenga un zoom. Supongo que esta es la raíz de la explicación del porque la exposición con un contenido políticamente inflamador (uno siente que va a vomitar leyendo tanta porquería sobre el poder) porque hay caras con nombres y apellidos que están asociados a la corrupción sistema (los Hank Rhon, los Salinas Pliego, y quien usted quiera, no hay quien se salve). Y probablemente porque dentro de un museo se puede exponer “la realidad” sin velo, y de todas formas nadie va a comentar algo o protestar o indignarse. Un abandona la sala con la idea de que a pesar del horror que es este país, escenario infernal de esta ontología realista que nos entrega Beltrán, puedo asegurar a que hay mucho más que no hemos visto y que está ahí, como lo no dicho, en los espacios en blanco del museo, esperando su enunciación.

Eric BeltránEstética de la hermenéutica es el argumento que utiliza Beltrán porque todo es una ficción y no hay diferencia entre mito y conocimiento, con ello subraya la tesis de Nietzsche sobre la metaforización de la verdad. Pero también hay también un interés en la estética kantiana, que parte de anteponer lo que sabemos a lo que vemos. Bajo estos argumentos entonces sí, la imagen estética más representativa de nuestro poder es la de un hombre maduro, con una banda presidencial en el pecho, extendiendo los brazos al aire, en señal de victoria, sonriente y magnánimo; imagen metáfora del gran tlatoani, el gran líder sabio que cada seis años dirige a todo un país, Ahí concluye la exposición.

En los pocos años que tomó el poder el neoliberalismo en México pasamos del desencanto con el priismo mesiánico a un “reality show” de la política partidista, y todo es cinismo y revisionismo comprometido con la tecnología, que da la impresión de movimiento hacia delante pero que funciona exclusivamente como objetivo de la mirada, en el sentido que se lo plantea también ese otro artista crítico de la mediología Harun Farocki. Cómo se ve la realidad resulta más hipnotizante que lo que es.

Erick Beltrán está contra el relativismo de la información. Usa diagramas medievales gnósticos como estructuras de la memoria para acomodar los hechos, los esquemas sólo organizan la sucesión de imágenes sobre la realidad mexicana reciente. Lo demás, como diría Kant, ya lo sabemos e influye sobre nuestra manera de ver lo real, sobre la creación de nuestros imaginarios públicos. Eric Beltrán

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Eric Beltrán
Fotografías de José Manuel Springer

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Fecha de publicación: 10.05.2014