El vivo al gozo y el muerto al pozo... El mexicano, la muerte y su representación popular

Hieronymus BoschHiernymus Bosch. El jardín de las delicias (detalle) c. 1500

Gabriela Galindo

Que tu corazón se enderece,
aquí nadie vivirá para siempre"[1]
Nezahualcóyotl

Dicen que a los mexicanos nos encanta hablar de la muerte. Cargamos con nuestra calaverita en el costado izquierdo, hablamos con ella y hasta nos mofamos de ella; la llamamos de mil maneras: la Calaca, la Catrina, la Huesuda, la Parca, la Dientona, la Flaca, la Pálida, la Pelona y hasta la tía de las muchachas y la chingada tienen un referente mortuorio.

Octavio Paz, en el Laberinto de la Soledad, atinó a describir al mexicano tan justamente que hoy, a más de cincuenta años de su publicación, continua siendo un retrato auténtico. "El mexicano frecuenta a la muerte, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor permanente". Paz nos habla de cómo el mexicano desprecia a la muerte, a la vez que la venera, y piensa que cada quien recibe la muerte que se busca.

Mictlantecuhtli, Dios azteca del  inframundo y los muertos.Mictlantecuhtli, Dios azteca del
inframundo y los muertos.

En casi todos los pueblos y religiones encontraremos la idea de la vida después de la muerte, la creencia de que existe un destino más importante, un lugar en lo inconmensurable, que será alcanzado al final de esta pasajera existencia terrenal. La diferencia quizá con el mexicano, está en la forma en que ve este paso transicional de un mundo a otro y en el hecho de asumirnos como seres mortales desde el inicio mismo de la vida. Carlos Castaneda (aquel de los primeros libros) nos enseñó a reconocer a la muerte como consejera, ella nos cuida y aclara nuestras dudas. Pero hay que guardar la distancia y respeto frente a ella, pues en cualquier momento decide llevarnos, o como dice a través de Don Juan Matus, el gran chamán, guía y maestro, “no tenemos tiempo qué perder cuando sabemos que el nuestro es limitado”.

Pero cualquiera que sea la concepción de muerte, es necesario considerar la existencia de un alma o espíritu residente que será el sobreviviente cuando el cuerpo muere. En Occidente el concepto de Inmortalidad del Alma, surge desde la antigua Grecia. Platón, consideró el alma como la esencia humana, el principio y el fundamento del conocimiento humano en cuanto pertenece al mundo de las ideas, mientras que concebía al cuerpo como la prisión del alma y era necesario procurar todo aquello que nos ayudara a liberarla de su cárcel material para que esta pudiera experimentar la plenitud, para Platón el alma tiene existencia por sí sola y nada le hace falta para existir. Mientras que Aristóteles define el alma como "la entelequia primera de un cuerpo natural que tiene la vida en potencia", es decir el alma es la forma que determina y define un cuerpo natural que tiene vida, incluyendo la vida animal y vegetal.

En la cultura náhuatl existía un concepto similar a esta "alma", en donde todo ser terrestre comparte una esencia que lo identifica con lo divino (tonalli). Las divinidades, por tanto, serán el principio vital de toda existencia y su vía de acceso al otro mundo. Al morir el tonalli puede separarse del cuerpo y vagar por el mundo. Sucede también que puede temporalmente abandonar el cuerpo en momentos de inconciencia tales como una enfermedad, en estado de ebriedad, al momento de dormir o durante el acto sexual. Así pues, la muerte se considera como un paso más en el transcurrir de la existencia, el tonalli habitará temporalmente en el cuerpo, que le sirve como vehículo para posteriormente llegar al paraíso; en cierto modo podría verse como una versión parecida a la cristiana, pero en este caso no existe la idea de "castigo" y mucho menos espacios como el purgatorio o el infierno. Para cualquiera que haya muerto, según los nahuas, así haya sido un gran guerrero, un héroe o un traidor, el camino hacia el Mictlán será arduo y lleno de obstáculos.

Mictlantecuhtli, Dios azteca del inframundo  y los muertos.Mictlantecuhtli, Dios azteca del inframundo
y los muertos.

Para los antiguos habitantes del Anáhuac (hoy la Ciudad de México) "la vida y la muerte se percibían como procesos de asociación y disociación entre elementos corpóreos y etéreos, de un cuerpo que sirve como depositario de entidades anímicas o espíritus déicos"[2]. Al morir, había no sólo un mundo más allá, sino muchos, y el destino final dependía  no de ser buenos y píos en esta vida (como enseña la doctrina católica), sino por la forma en que se moría. Así, para los guerreros caídos en el campo de batalla o las mujeres que morían en el parto, estaba asignado un mundo luminoso y amplio (Tonatiuhcan o paraíso de Huitzilopochtli); había un lugar reservado para los que morían por causas relacionadas con el agua (Tlalocan o el paraíso de Tláloc, Dios de la lluvia); otro para los niños que morían al nacer y aquellos "inframundos" (en realidad no existía el concepto católico de infierno), donde en lugar de llamas o diablos terroríficos a lo que se enfrentaban aquellos que no alcanzaban la muerte luminosa, era el mundo de "la nada", un espacio vacío, estéril y carente de todo.

La dualidad vida-muerte se debía cultivar través de los ritos de adoración y sacrificios para mantener el equilibrio en el que era necesaria la muerte para permitir que resurgiera la vida. Representar a la muerte a través de imágenes era una forma de darle vida a un espectro que significa justo lo contrario.

Muchas imágenes existieron en la cultura Náhuatl para representar a la muerte. Desde Mictlantecuhtli, el dios azteca del inframundo y los muertos que junto con su esposa Mictecacíhuatl, regían el reino de Mictlán, nivel inferior de la tierra de los muertos; hasta imágenes como la del perro (tepetzcuintle) encargado de transportar sobre su lomo el alma de los difuntos para cruzar el río que corría por debajo de la tierra y que constituía el primer nivel, de los nueve, por los que transitaría el recién fallecido para llegar al descanso eterno. Otras criaturas como: arañas, escorpiones, cienpiés, murciélagos y tecolotes; funcionaban como  mensajeros, asociados a la noche y a los nueve pasos de los inframundos. Interesante paralelismo con la Divina Comedia, en la que Dante en su Infierno, acompañado por su maestro y guía, describe los nueve círculos en los que son sometidos a castigo los condenados, según la gravedad de los pecados cometidos en vida.

Así, la imagen funciona como reemplazo de lo que no está, no podemos ver o ya no existe. La imagen de una deidad iba a ser la representación corpórea de un ente al que no podemos acceder a simple vista, o bien la imagen de una persona ausente o muerta iba a permitir que su rostro permaneciera aún después de muerto. Las máscaras mortuorias utilizadas tanto en mesoamérica como en muchas otras culturas tenían la doble función de ayudarle al difunto a visualizar el camino hacia el más allá y por otro, permitir que los sobrevivientes retuvieran la imagen de su rostro en el mundo de los vivos.

César MartínezCésar Martínez. Muerte.
Dinamita sobre acero. 1993

“El cuerpo amortajado y cubierto el rostro, poníanle encima una máscara pintada... Todas sus mujeres y parientes y amigos... que lo llevaban al templo iban llorando y algunos otros cantando... delante del templo principal quemábanlo con tea o leña de pino y con cierto género de incienso que llamaban copalli"[3].

A lo largo de la historia de las imágenes, la muerte ha sido un componente vital (valga la contradicción) para la creación de las mismas. La ausencia, la pérdida, la nada, el vacío, han sido temas recurrentes en el arte como un medio para controlar, sobrellevar y entender la muerte. El primer coleccionista de arte, dice Régis Debray, fue un muerto, enterrado con todas sus posesiones. Sin embargo, el curso del culto a la muerte en México toma caminos diferentes a los europeos, sobretodo en su referente directo con la religión católica impuesta por los españoles. Dentro de la concepción católica, el infierno es una especie de eterno "castigo divino" a la insurrección. Mientras que en las culturas prehispánicas, el inframundo es simplemente el destino que te corresponde, y en ningún caso interviene el miedo, pues la muerte, aún cuando no vayas a acceder al reino de Tlalocan, es el avance hacia un nuevo nivel, un paso trascendental y siempre ascendente.

Hans MemlingHans Memling, Infierno. 1485

El miedo funcionó como parte estructural de una política de adoctrinamiento tanto del católico como del protestante. Utilizaron el miedo a la muerte como un camino hacia la conversión y fidelidad; con imágenes aterradoras de los diablos e infiernos que le esperan al infiel si no acataba el orden divino. La diferencia de los nueve pasos para llegar al Mictlán de los nahuas, a los nueve círculos del infierno de Dante es justamente que en el primero no existe la idea del miedo. La ausencia del temor a ser castigado por la conducta moral en vida, es sustituida por el honor de morir en una circunstancia tal que te permita alcanzar la felicidad eterna.

La muerte para el europeo se convierte en tabú, en aquello que hay que apartar, ocultar y al que es preferible no referirse  Recordemos las vanitas, esas imágenes de naturalezas muertas, oscuras y melancólicas, surgidas en la época barroca y desarrolladas mayormente en Holanda, las cuales "fueron posibles en la medida en que se opusieron a la retórica de lo irrepresentable y de lo invisible, propias de la figuración barroca católica, una práctica descriptiva de la pintura que concibió, al igual que la ciencia, al sentido de la vista como órgano fundamental del conocimiento"[4]

Mientras Holbein pintaba su famosa anamorfosis de la calavera en el cuadro de los Embajadores; en México, cientos de sacerdotes franciscanos, dominicos y agustinos, batallaban en la conversión al catolicismo de los indígenas de la entonces llamada Nueva España. Algunos de estos curas querían acabar con las costumbres y ritos paganos, destruyendo imágenes, templos y castigando a los infieles, haciendo justamente lo que los iconoclastas habían hecho con los católicos en Flandes y Germania; sin embargo, otros como el franciscano Fray Pedro de Gante, pensaban que la predicación y el aleccionamiento eran un mejor camino de conversión. En una transición lenta y a pesar de la resistencia del indígena, los rituales prehispánicos fueron incorporando formas de celebración y de culto católico. La contraposición del monoteísmo católico con el politeísmo de las religiones prehispánicas, fue solventada por el culto a los santos y sus representaciones icónicas. Asimismo, las festividades y ritos paganos fueron transformados en fiestas católicas, manteniendo la importancia de estas prácticas para la integración comunitaria, al tiempo que introducían las oraciones, ofrendas y rituales católicos. Hasta el momento en que ya no es posible determinar exactamente la línea que distingue el ritual católico del precolombino.

Indígenas sacrificados en aras de la evangelización


Hans Holbein, el joven. Los Embajadores. 1533

Juan Rulfo, en una entrevista, una de las pocas que el escritor concedió en su vida, [5] comenta atinadamente que el sincretismo religioso en México, fue un logro étnico, más no ideológico. " La conquista espiritual de México es una gran hazaña, una de las más grandes hazañas en la historia del país, pero se quedó a medias. Parte del pueblo quedó mitad cristiano, mitad pagano.

MisionerosAsí, mitad católico y mitad pagano, en México el culto a la muerte ha prevalecido como un rito, una cultura y una festividad. Hasta cierto punto, la iglesía católica permitió la participación ritual de la comunidad en el culto a la muerte, junto con otros ritos casi-paganos, pues de esa manera podía mantener cierto control regulador de la sociedad.

Santísima Muerte de mi salvación,
no me desampares de tu protección"

En la actualidad, seguimos viendo como ese control se mantiene a través de la tolerancia a esa forma de religiosidad, llena de simbolismos, ritos y ofrendas que nada tienen que ver con lo católico. Como claramente se puede constatar en una pequeña iglesia en San Juan Chamula, en Chiapas, donde la gente se sienta en el piso cubierto por hojas de pino; en lugar de cura encontramos a los chamanes tzotziles que atienden a sus pacientes y degüellan gallinas; y la imagen de Cristo está relegada a segundo plano porque el centro de adoración es San Juan Bautista, al frente de un altar que lo mismo tiene veladoras y otras imágenes de santos junto a canastas de huevos y botellas de Coca-Cola.

Cao GuimaraesCao Guimaraes. Sin Peso. Still de video, 2006

Sin embargo hacia la década de los 70 del siglo pasado, el culto a la muerte tomó un nuevo giro: como una transgresión. Surge a partir de un mito popular en el que por allá de los años sesenta, un campesino de Veracruz declaró la aparición de la imagen de la Santa Muerte en la parte lateral de su casa. Este campesino, pensando que era un milagro le pide al cura de la localidad que la santifique, pero éste asustado de la imagen, la califica como un acto diabólico y lo rechaza. Al igual que otros cultos populares, tales como la veneración a Jesús Malverde en Sinaloa (una especie de Robin Hood que robaba a los ricos para repartir el botín entre los pobres), y el cual ya cuenta con más de tres o cuatro iglesias erigidas en su honor; o la leyenda de Juan Soldado en Tijuana, un supuesto asesino confeso que después de ser ejecutado se le concede la duda de su culpabilidad, pero dado que la ejecución ya se había llevado a cabo, la comunidad arrepentida y culpable le rinde honores e incluso lo consideran un "santo milagroso"; estas representaciones se convierten en figuras tutelares de gente que lleva una vida marginal incluso rayando en la ilegalidad y la delincuencia, pero que tiene devoción y fe, sin embargo, de acuerdo a la doctrina católica son indignos del Dios "oficial" del Vaticano, y de ahí la creación de sus propios altares y santos protectores.

 

Es así como la imagen de la Santa Muerte se ha convertido en las últimas décadas en una especie de icono simbólico para aquellos que son rechazados por el poder de la Iglesia o el Estado. A ella habrá que hacerle un altar, rezarle y ofrendarle cuando se tiene una actividad en la que se pone la vida en peligro (ya sea un lava-vidrios o un narcotraficante), para poder robar sin ser capturado o por el contrario, recuperar objetos robados, encontrar personas secuestradas o al asesino de un ser amado. La Iglesia Católica los considera como satánicos y sus fieles son catalogados como delincuentes a priori.

Graciel IturbideGraciela Iturbide, Novia-Muerte. 1990
Foto tomada de: http://alkek.library.txstate.edu
/swwc/wg/exhibits/Iturbide/index.html

A pesar de su carácter tenebroso, esa calaca vestida con colores rojo para el amor, blanco la suerte, y negro para la protección, y más aún, a pesar de su relación con la delincuencia, el crimen organizado y el narcotráfico, la imagen de la Santa Muerte se nos presenta como doncella en una verbena popular. La gente habla con ella, le reza, le ofrece dulces y pistolas, y sin problema se persignan ante ella como si fuera la mismísima virgen. Habrá quienes la vean como una nueva forma de reinterpretación de las tradiciones típicas del Día de Muertos [6], sin embargo hay quienes la ven como una figura diabólica, satánica y de magia negra.

Pero sin importar cual sea la consideración, la muerte, es una presencia recurrente y profundamente arraigada en la cultura del mexicano. Necesitamos a la muerte que nos cuide de la muerte. Necesitamos a la muerte que nos guíe para no morir. Necesitamos a la muerte porque sin ella, no estaríamos vivos.

"Nuestra indiferencia ante la muerte
es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida"
Octavio Paz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NOTAS:
[1] "Poema de Nezahualcóyotl de Tezcoco" retomado del texto de Eric Wolff, Pueblos y culturas de Mesoamérica, Traducción de Felipe Sarabia, 10ma edición, México, ERA, 1986, 251p, ils, maps, (Colección: ERA- Ensayo), p-11.
[2] Iván Romero Redondo, investigador del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
[3] Fray Bartolomé de las Casas. Los Indios de México y de Nueva España.
[4] Sandra Accatino S. Vanitas, imágenes del conocimiento y de la vacuidad de todo saber.
[5] Publicada en el suplemento "Cultura y Nación" del diario Clarín de Buenos Aires, el 13 de setiembre de 1979.
[6] La "Celebración de Día de Muertos" impuesta por los europeos, se formalizó en el año 610 d.C. cuando el Papa Bonifacio IV ordenó que el día de muertos pagano debía cristianizarse, bajo el aspecto de una fecha dedicada a los "mártires" (3) surgiendo así el  "Día de Todos los Santos"; que se celebraba el 13 de mayo. En el año 384 d.C. el Papa Gregorio III cambió la fecha al 1º de noviembre. En el año 993 d.C. se agregó a la fiesta de los santos mayores que ahora se celebra el 2 de noviembre.

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Fecha de publicación: 10.11.2008