LV: Revisando mis notas y transcripciones de nuestro último encuentro, traigo algunas preguntas pendientes para comenzar la conversación.
GP: Dispara, mi chuca linda.
LV: ¿Cómo defines tu concepto de comunidad?
GP: Mi comunidad está donde me necesiten.
LV: ¿Cuál es tu definición de performance el día de hoy?
GP: ¿Más definiciones? Con lo que me gustan las definiciones…
LV: Nada más es una estrategia para detonar diálogo, mi GP.
GP: El performance puede ser una acción puntual contra el terror generado por los políticos, el crimen organizado y la cultura de masas. Es una suerte de exorcismo cultural y espiritual.
LV: Entonces, ¿te consideras en algún modo un chamán?
GP: Más bien soy un merolico (charlatán) posmoderno.
LV: No, en serio.
GP: OK, te respondo como artista, no como antropólogo. No soy un chamán, pero me identifico con ellos. Aun cuando tenemos intenciones y propósitos muy distintos, tanto los chamanes como los performeros construimos sistemas simbólicos para transformar la realidad y escenificar otros mundos paralelos.
La verdad, he aprendido mucho de los chamanes. Siempre he intentado observar cuidadosamente sus prácticas. Ellos me enseñaron lo que es la verdadera presencia, el poder transformador de la palabra y de los objetos ritualizados. Sin embargo, reconozco nuestras diferencias metodológicas y filosóficas.
LV: Te escucho.
GP: Los chamanes se ubican en una tradición muy antigua y que cambia muy lentamente. No pueden desviarse mucho de ella, pues corren el riesgo de ser expulsados de su propia comunidad. Mientras tanto, los performanceros estamos siempre cuestionando lo tradicional y construyendo pastiches que combinamos con los lenguajes de la posmodernidad, la cultura popular y las nuevas tecnologías. El chamán buscar curar o proteger; nosotros más bien buscamos problematizar, cuestionar a la autoridad, destruir ilusiones de familiaridad y estructuras de normatividad. Estas similitudes y diferencias hacen que algunos de mis amigos chamanes cuando presencian mi obra de performance me digan que soy como un chamán que perdió el camino. Me gusta esta definición de performero.
LV: ¿Crees que el performance es una forma de sanación?
GP: Bajo el riesgo de que el gremio me crucifique por “espiritualoide”, te voy a contestar que sí. Pienso que el performance puede sanar. Creo que gracias al performance no estoy en la cárcel o en una clínica psiquiátrica (risa perversa). Jodorowski habla de los actos de psicomagia, que son acciones performáticas personalizadas cuyo objetivo es destruir patrones de conducta patológica. Yo, como la mayoría de mis colegas, llevo a cabo ciertas acciones rituales en la cotidianidad que me permiten navegar la insufrible realidad normativa. Pero esto, prefiero guardarlo en secreto.
LV: Está bien, pero ya que estamos en estos temas, háblame de la ritualidad. ¿Cómo se relaciona con el performance?
GP: Matiza. ¿A qué te refieres? ¿A las presentaciones abiertas al público o a los ritos secretos que nos construimos para tolerar la cotidianidad y domesticar a nuestros propios demonios interiores?
LV: Hablemos primero de tus ritos personales.
GP: Cada artista del performance se inventa sus propios ritos cotidianos, que resultan necesarios para contener su locura y controlar la conducta antisocial, o más bien, para convertirla en acciones simbólicas de orden estético. A diferencia de un actor o un bailarín que se somete a la voluntad del director o el coreógrafo y a los ritos del oficio (entrenamiento, ensayos, audiciones, etc.), nosotros enfrentamos el horror vacui de la cotidianidad salvaje. No tenemos más comunidad o institución que la que nosotros nos inventamos, y nadie está monitoreando nuestros tiempos y resultados. Estamos solos en el mundo. Esto nos da una libertad que envidiarían los actores pero al mismo tiempo nos acerca constantemente a la locura y la indigencia. Ya lo he dicho anteriormente: El artista nada en las mismas aguas en las que el esquizofrenico se ahoga. Se trata simplemente de distintos niveles de flotacion.
LV: Cálmate, Artaud de Tijuana…
GP: Es la neta. Vivimos en el filo de la sociedad y lo único que nos mantiene en la superficie es la disciplina ritual que nos imponemos.
LV: Sé más concreto. Descríbeme un típico día de Gómez-Peña.
GP: Me levanto y me preparo un café. Hago mis ejercicios, mi tae-bo azteca. Me doy un regaderazo de agua helada por 10 minutos y comienzo a escribir. Cuando me trabo en la escritura, doy paseos en bici o hago una caminata breve. A cierta hora necesito ir a mi estudio para empezar a jugar con objetos y textos en voz alta. En las noches me reúno con los cuates en el bar a echar la copa, chorear y hablar de arte y política.
LV: Perdón…pero ya me está dando flojerita. Yo me hubiera imaginado una cotidianidad más alucinada.
GP: Bueno, cuando estoy de gira—que es más de la mitad del año—mi vida es mucho más intensa. Ahí sí que es puro rock & roll. Poco sueño, impartir talleres, los ensayos, la fiesta, la conexión intensa con los artistas locales, las presentaciones…a veces pierdo el control y la salud por esta combinación de estrés y adrenalina. Y claro, termino en el hospital.
LV: Ahora sí, ya salió el GP romántico con su vida loca. Pero, retomando, hablemos del performance como acción ritual en las presentaciones abiertas al público.
GP: Los ritos del arte del performance son acciones repetitivas que tienen la capacidad de generar estados de conciencia alterada tanto en el artista como en el público. Hay una especie de suspensión del tiempo donde gracias al ritual se da otro tipo de comunicación más profunda… (Gómez-Peña reconsidera su respuesta). Elproblema es que, si seguimos hablando de esto, entraremos inevitablemente en el escabroso terreno del new age y eso me produce alergia. Mejor aquí le paramos.
LV: Muy bien. Oye, ¿tienes una coca bien fría? |
Comenta esta nota
Comenta esta nota.